El primer susurro, la primera caricia, el primer beso, el primer abrazo, el primer arrullo,... ¿Quién lo puede recordar?
Aquellos primeros estímulos que inauguraron los vírgenes circuitos eléctricos que recorrieron desde la piel el camino hasta nuestro cerebro. ¿Quién tiene constancia de aquel hecho?
El sistema nervioso del ser humano sano funciona ya en el neonato. Los estímulos que encuentran receptores adecuados producirán una diferencia de potencial a nivel del receptor la cual viajará por las terminaciones nerviosas hacia los centros nerviosos encargados de dar respuesta al estímulo.
Así que cuando el bebé recibe el abrazo, las cosquillitas, los arrumacos o la imagen del rostro de mamá sonriente es capaz de captarlos a través de cada uno de los receptores encargados de percibir dichos estímulos pero no sabe lo que son porque aún no dispone de códigos que le permitan identificarlos y por lo tanto reconocerlos.
Mamá no existe para el bebé, la caricia, el sabor, el olor, no existen para él, sólo existen las sensaciones que dichos estímulos producen en él.
Él es capaz de percibir el estímulo agradable o desagradable que le produce las cosquillitas de mamá en su pie pero no sabe que dicha sensación procede de un lugar de su cuerpo.
Él no sabe que tiene boca pero puede disfrutar del agradable encuentro con el estimulante pezón materno que encenderá los circuitos de su cerebro como se enciende las luces de la feria de Sevilla en una noche de abril.
Serán estas percepciones sensoriales las que darán lugar a las sensaciones agradables o desagradables; los dos polos atracción-repulsión, que orientan desde el principio la vida del ser humano.
Este proceso sorprendente dará lugar a la codificación de todos aquellos estímulos que en un primer momento convertirá en conocimientos sensitivos y posteriormente en conocimientos cognitivos y así poco a poco irá construyendo la realidad tal y como su entorno se lo vaya trasmitiendo.
Y conocerá su pie, su mano, su tripita,… no sólo por las sensaciones agradables o desagradables que procedan de él sino también por la forma, que la diferenciará de otras múltiples formas, por su olor, por su sabor,… y sabrá que sus pies son distintos de otros pies….
En todo este proceso de desarrollo cognitivo, la carga emocional afectiva con la que el niñ@ grava el descubrimiento de si mismo tiene un valor muy importante. Ya que cuando codificamos conocimientos en el ser humano éstos quedarán impresos en su identidad junto con el valor afectivo ya sea positivo o negativo que su educador le trasmite a través de las vías intersubjetivas. Por lo que sus pies anchos de dedos grandes, su nariz aguileña o su barriga prominente y fofita podrán ser considerados atractiv@s, bonit@s y en consecuencia valorarlos positivamente si la imprenta que dejó el conocimiento de dicha área corporal fue gravado por su educador con una carga afectiva positiva, por lo contrario si el conocimiento que el niñ@ hace de cualquier parte de su cuerpo se construye con una carga afectiva negativa la imprenta que quedará en su estructura de identidad será de desagrado y rechazo.
Estas situaciones darán lugar a muchos de los complejos y conflictos que aparecerán posteriormente en la adolescencia.
Adelina Barbero
Psicóloga Infantil
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